A continuación aportamos la conferencia que realizó nuestro Delegado de Argentina, el Prof. Pablo Davoli:
EL ROL INTERNACIONAL DE ARGENTINA
Serás lo que debas ser o no serás nada
I. INTRODUCCIÓN:
El 28 de Enero de 2025, en el salón Spaak 5B1 de la sede de bruselense del Parlamento Europeo, tuvo lugar la primera jornada del MEGA Event: Defending Western Values in the European Parliament.
El primer panel de la tarde, denominado EU and the Western Hemisphere – Cultural Ties, Economic Development and Democratic Cooperation (MEP Claudiu Tarziu), contó con la dirección del español Álvaro Peñas. El mismo estuvo integrado por Pablo J. Davoli, delegado de AAESA en Argentina, junto a: David Campbell Bannerman (Reino Unido), Alejandro Peña Esclusa (Venezuela), Francesco Giubilei (Italia), Juan Ángel Soto Gómez (España), Debbie Georgatos (EE. UU.), Stanislav Jansky (República Checa), Roberto Vannacci (Italia) y Mircia Chelaru (Rumania).
Puntualmente, el profesor Davoli brindó una disertación titulada El rol internacional de Argentina: “serás lo que debas ser o no serás nada”. En el marco de la misma, nuestro delegadose explayó sobre los siguientes tópicos:
* Tres principios fundamentales que deberían regir la política exterior argentina.
* La especial importancia de las relaciones argentino-europeas.
* La necesidad y conveniencia de pergeñar y celebrar una alianza euro-hispanoamericana de gran envergadura, basada en la cooperación estratégica, el reforzamiento sinérgico y el provecho mutuo (una propuesta completamente diferente del acuerdo Mercosur-Unión Europea).
* El papel fundamental de Argentina respecto de dicha alianza estratégica: como puente entre ambas partes y, del lado hispanoamericano, motor principal y eje vertebrador.
* Los poderes fácticos globalistas, que son enemigos de los Valores Tradicionales, las Identidades Nacionales y la Libertad de los Pueblos.
A continuación se comparte el texto completo de dicha conferencia, tal como fuera preparada por el conferencista, quien, en la ocasión, expuso sólo algunas partes del presente trabajo, por razones de tiempos (en orden a evitar que la presentación oral se extendiera demasiado).
II. COMPLETE TEXT OF THE PRESENTATION AT THE EUROPEAN PARLIAMENT:

Autoridades presentes, honorables damas y caballeros en general.
¡Buenas tardes!
Ante todo, deseo agradecer la generosa invitación con la que se me ha honrado, en virtud de la cual tengo hoy la gratísima oportunidad de reunirme a platicar con Ustedes.
Desde luego, con igual fervor, agradezco también la presencia de todos y cada uno de los presentes en este auspicioso encuentro.
Esta disertación está referida a los tres principios fundamentales que, en mi modesta opinión, deben orientar la política exterior argentina, en aras del Bien Común de los argentinos, pero también del Bien Común Universal (además, añado sobre el final algunos párrafos destinados a señalar el hostis[1]que opera deliberada y sistemáticamente contra tales Bienes).
Los referidos principios fundamentales constituyen ejes articuladores y, al mismo tiempo, vectores directrices de la mencionada política exterior.
Los mismos pueden ser encontrados en la naturaleza de la Nación argentina, ya que, como bien enseñara Aristóteles, toda naturaleza implica una finalidad y, por lo tanto, un sentido existencial y propósito histórico. Esta finalidad constituye la esencia de un ente y su verdadero ideal. Como dice el autor argentino Rafael L. Breide Obeid:
El Ideal es al mismo tiempo la Misión de cada pueblo, y es su Fin. El Fin, como decía Aristóteles, es la esencia y a la vez el alma de una Nación. La pérdida del Fin y de la Misión histórica implica la pérdida del alma y una materialización progresiva que lleva, como todo materialismo, a la inversión de los valores, a la fragmentación y a la dispersión.[2]
Es en este contexto que debe entenderse la severa sentencia del General Don José de San Martín, máximo héroe de la Guerra de Independencia argentina: serás lo que debas ser (es decir, aquello que, por tu propia naturaleza, estés llamado a ser) o no serás nada.
Estos tres principios son los siguientes:
1. Eje-vector hispanista.
2. Eje-vector europeísta.
3. Eje-vector universalista.
A continuación, se ensaya una breve explicación de cada uno de estos ejes-vectores.
1. Eje-vector hispanista:
Como es sabido, Argentina es un país hispánico. Lo es por su origen primordial (es decir, por su génesis primigenia), por su ubicación geográfica y por su decurso histórico.
En esencia, ello significa que Argentina pertenece a la ecúmene hispánica.[3] Se trata de la casa comúnaportada por el gran espacio euro-atlántico-americano propio de las naciones fecundadas o engendradas por España.
Argentina tiene en la ecúmene hispánica: su raíz genética, su contexto histórico, su plataforma geopolítica y su caja de resonancia cultural.
Como nación hispánica, Argentina fue engendrada en el marco del proyecto de la monarquía católica universal que se tradujo en una gigantesca gesta civilizatoria basado en el modelo romano, inspirada por el Cristianismo tradicional, movilizada por la vitalidad extraordinaria, el ethos épico y el talante fáustico de los godos y signado por el luminoso carácter ibérico, entre cuyas principales cualidades se destacan: sentido del honor personal, espíritu indómito, sed de gloria, apertura hospitalaria y pasión por la aventura (se trata de las mismas características que distinguen al arquetipo nacional argentino: el gaucho).
Al igual que el resto de las naciones hispano-americanas, Argentina es hija de la Reconquista española (luego de siete siglos de resistencia y lucha contra los musulmanes en territorio ibérico) y de la estrategia de una guerra mundial contra el Islam[4]: Hispanoamérica nació como una prolongación de la Cristiandad.[5]
Sus arquitectos de tan magno proyecto fueron, ab initio, los Reyes Católicos, Doña Isabel I de Castilla y Don Fernando II de Aragón; y, luego, su nieto Carlos I de España y V de Alemania, y su bisnieto Felipe II, ambos pertenecientes a la Casa de Austria (Haus Habsburg).[6]
Sus constructores fueron principalmente españoles. Pero también participaron otros europeos de aquella gran proeza civilizatoria. Al respecto, puede evocarse como ejemplos ilustrativos a:
– Pedro de Gante (Pieter van der Moere), un fraile franciscano flamenco, quien, siendo primo de Carlos I de España y V de Alemania, renunció a los privilegios que tal parentesco le proveía, para instalarse en la capital azteca de Tenochtitlán (actual ciudad de México), donde fundaría un colegio en el que recibirían educación de excelencia miles de niños indígenas.
– Ulrico Schmidt (Ulrich Schmidt), un soldado bávaro, quien, bajo las órdenes de Carlos I de España y V de Alemania, formó parte de las expediciones conquistadores que recorrieron parte de la Pampa y la Mesopotamia argentinas, llegando al Paraguay. Schmidt es el autor del primer libro sobre aquellas tierras. Se trata de una obra enjundiosa, que describe con gran claridad al territorio y sus habitantes, al mismo tiempo que relata las peripecias y vicisitudes de la epopeya conquistadora.
Paralelamente, en las universidades españolas, pero muy especialmente en la Universidad de Salamanca, se diseñaba el sistema jurídico que regiría la vida de los pueblos del Nuevo Mundo, al mismo tiempo que se daba origen al moderno Derecho de Gentes. Todo ello, sobre la base de una acertada concepción antropológica, tan sólida como feliz, que logró poner en evidencia y de resalto la dignidad propia de la naturaleza humana (en contraste con ello, en otras latitudes se elucubraría -como una suerte de contra-modelo- el Leviatán, tenebrosa obra de carácter esotérico -según advirtiera Carl Schmitt-, basada en una antropología aberrante: homo hominis lupus, el hombre es el lobo del hombre; fórmula, ésta, que, amén de su peligroso desacierto ideológico, ni siquiera era original, ya que se trataba de una adaptación que Thomas Hobbes hizo de una sentencia de un sofista romano tardío, Plauto; como si ello fuera poco, Leviatán, con su mecanicismo político y absolutismo pretendidamente amoral,aporta la matriz primigenia del globalismo tecnocrático que hoy amenaza a todos los pueblos del mundo).[7]
En la ecúmene hispánica se gestó otra modernidad, la cual, lejos de romper con la Tradición occidental, la remozaba y proyectaba al futuro. Esta modernidad alternativa llegó a tener expresiones culturales exquisitas en el barroco español e hispano-americano. Ante todo, fue obra de españoles y criollos (españoles americanos). Pero también fue capaz de involucrar, incluir y dar participación a pueblos indígenas y mestizos americanos. Desafortunadamente, con el declive del mundo hispánico, acabó imponiéndose la modernidad anti-tradicional (siglo XVI: humanismo antropocéntrico; siglo XVII: racionalismo cartesiano; siglo XVIII: iluminismo; siglo XIX: positivismo; siglos XX y XXI: transhumanismo y post-humanismo).
A lo largo de los últimos dos siglos, Argentina ha desempeñado un rol de referencia, modelo y liderazgo en el contexto de la ecúmene hispánica; muy especialmente, en Hispanoamérica. A la Argentina le corresponde un rol de ejemplaridad en el contexto hispanoamericano. La historia ofrece pruebas más que contundentes a este respecto. Por ejemplo: su rol especial en el proceso de independencia de las Naciones hispanoamericanas; su liderazgo en las Conferencias Panamericanas; los probados patriotismo, valentía y caballerosidad de los argentinos en la Guerra del Atlántico Sur (1982), la cual supuso un desafío abierto contra el imperialismo británico que dio lugar al conflicto aero-naval más importante después de la Segunda Guerra Mundial y que causó a la Royal Navy sus pérdidas más importantes luego del referido conflicto bélico planetario[8]; etc.
2. Eje-vector europeísta:
Entre 1850 y 1950, Argentina recibió más de seis millones de inmigrantes procedentes principalmente de Europa. Si bien muchos regresaron a sus países de origen luego de un tiempo, la mayor parte de los inmigrantes europeos se quedó definitivamente en Argentina, adoptándola como su nueva Patria. Es cierto que los contingentes italianos[9] y españoles se destacaron por su mayor número; pero no menos cierto es que también arribaron a nuestras playas cantidades muy importantes de: franceses[10], alemanes, suizos alemanes y alemanes del Volga[11], polacos[12], irlandeses[13], croatas[14], etc. A fin de dimensionar adecuadamente el impacto de este fenómeno, es necesario tomar en consideración que, en 1869, el país sólo tenía 1.700.000 de habitantes, aproximadamente.
La exitosa integración de tales inmigrantes en la Nación argentina[15], se realizó mediante dos procesos simultáneos:
– En las grandes ciudades prevaleció la combinación, conjugación, fusión y síntesis de linajes diversos.
– En los pueblos pequeños prevaleció una endogamia relativa, en virtud de la cual se preservó en gran medida el linaje de un determinado grupo de inmigrantes, pero sin que se haya caído en sectarismo alguno.
Con dicha integración, se conformó la Nación argentina moderna. Gracias a aquélla, los lazos de Argentina con Europa se multiplicaron y diversificaron. De este modo, la vinculación argentino-europea se estrechó mucho más, al punto de incidir en la esencia misma de la identidad, el decurso y la suerte histórica de la Nación argentina. No en vano, el artículo 25 de nuestra Constitución Nacional prescribe: el Gobierno federal fomentará la inmigración europea(cláusula, ésta, que, como es de suponer, en las últimas décadas ha sido blanco de ensañados ataques por parte de los prejuicios y resentimientos de la ideología woke).
A lo dicho debe añadirse que, por las razones recién explicitadas y otras que no tardaron en sumarse, desde mediados del siglo XIX en adelante, Argentina se convirtió en el puente principal entre Hispanoamérica y Europa, tanto en lo específicamente político y económico, como en lo demográfico y lo cultural.
De tales hechos proviene el imperativo político de consolidar las relaciones argentino-europeas en todos los campos, configurándolas de modo sinérgicamente positivo, es decir, mutuamente beneficioso.
Me refiero aquí a la necesidad y la conveniencia de acordar y desarrollar una inteligente cooperación estratégica de amplios alcances, tendiente al reforzamiento recíproco, con miras a la conformación de una constelación de poder hispanoamericano-europea de alta gravitación geopolítica. Sin duda alguna, semejante constelación de poder constituiría un novedoso bloque occidental atlantista (no el atlantismo anglo-norteamericano, que muchas veces es presentado como la “Civilización Occidental”, pese a que, en rigor de verdad, sólo constituye una parte de la misma, siendo, además, la parte donde más se ha hecho para tergiversar y abandonar la Tradición occidental, es decir, los fundamentos mismos de Occidente).[16]
Huelga aclarar que el planteo aquí formulado está basado en la idea central de la cooperación estratégica y no tiene nada que ver con el Mercosur ni tampoco con el acuerdo Mercosur-Unión Europea, que, lejos de beneficiar realmente a las dos partes, las perjudica seriamente.

3.- Eje-vector universalista:
La mencionada constelación de poder hispanoamericana-europea podría contribuir de modo fundamental al establecimiento de un nuevo Nomos de la Tierra (la expresión es de Carl Schmitt), por el que constituya un verdadero orden mundial, asentado y construido sobre el respeto a la dignidad humana, las soberanías nacionales y la justicia en las relaciones de personas, pueblos y naciones (como enseñara San Agustín de Hipona, sin justicia no puede haber orden alguno ni, mucho menos, paz).
Ello sería así por:
– El especial protagonismo y la vocación histórica de Occidente (de hecho, Hispanoamérica, en su conjunto, es hija de dicho protagonismo y vocación, en su versión ibérico-germánica, cuya enjundia civilizatoria ya ha sido destacada).
– Las verdades y valores universales que Occidente ha sabido desentrañar, poner en evidencia y enarbolar (verdades y valores universales que han calado profundamente en el proceso de conformación de las diversas culturas de las naciones hispanoamericanas).
La edificación de este nuevo Nomos de la Tierra es, tal vez, la única alternativa eficaz frente a la tentativa de gobierno tiránico mundial impulsado por una élite oligárquico-plutocrática (la más inhumana de las oligarquías) cosmopolita y globalista, que pretende instalar un Leviatán tecnocrático que abarque a toda la Humanidad.
Dicha élite y sus nefastos planes, han sido denunciados en múltiples ocasiones y de diversas maneras. Se trata del imperialismo internacional del dinero, al que hiciera temprana referencia S.S. Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno (1931); esto es: la red del poder del capitalismo financiero descripta laudatoriamente por el famoso Carrol Quigley, cuyo objetivo –según dicho autor- es crear un sistema de control financiero mundial en manos privadas capaz de dominar el sistema político de cada país y la economía del mundo como un todo.[17] En otros términos: una oligarquía financiera mundial que medra depredando mercados, países y culturas.
Dicha élite ha sido capaz de articular -como antesala de su buscado gobierno mundial- una sinarquía internacional, tal como explicara el estadista argentino Juan Domingo Perón, en uno de sus libros más memorables, La Hora de los Pueblos (1968). La base principal de su gigantesco poder está dada por la compleja estructura financiera de los bancos centrales privatizados (formalmente o de facto), como explicara el citado Quigley y la hidra mundial, el inmenso monopolio bancario descripto por el economista francés François Morin en su libro homónimo (2015). Conglomerado corporativo, éste, que también ha sido señalado por personajes tan disímiles entre sí como el ex representante estadounidense Ron Paul y la periodista de investigación rusa Lisa Karpova.[18] Sus centros de planteamiento estratégico principales son el Royal Institute for International Affairs (RIIA, Londres) y el Council on Foreign Relations (CFR, Nueva York), conforme ha expuesto magistralmente el analista político argentino Adrián R. Salbuchi en una de sus obras, El Cerebro del Mundo. La cara oculta de la globalización (2003), luego El Cerebro del Mundo. De la globalización al Gobierno Mundial (2010).
Esta élite ha instalado en EE. UU., el gobierno paralelo denunciado por la Comisión Towerdel Congreso estadounidense (1987), esto es: el Deep State, del profesor Peter D. Scott (The American Deep State, 2014)[19]. Según el filósofo político franco-argentino Guillermo Gueydan de Roussel, las cúpulas máximas de la élite en cuestión apuntan secretamente a la constitución de un Estado Totalitario Mundial anticristiano por tanto, antihumano.[20]
Como es sabido, dicha oligarquía plutocrática cosmopolita y globalista es la que promueve a nivel mundial la absurda ideología woke, la fatídica Agenda 2030 (ahora, 2045) y el disolvente multiculturalismo. Pero tales engendros ideológico-políticos no son más que la punta de iceberg de un problema mucho más profundo, complejo y amplio. Básicamente, aquella gavilla transnacional está librando una guerra disgenésica integral (bío-psico-espiritual-social) contra el grueso de la humanidad y muy especialmente contra las naciones occidentales y cristianas. Como bien lo explica el autor argentino Nicolás Ponsiglione (Disgenesia. La guerra mundial contra el potencial humano, 2022), tan artero ataque tiene por objetivo el deterioro y la reducción de las personas humanas; una suerte de mutilación y atrofia de la humanidad, tanto cuantitativa como cualitativamente. Desde luego, ello incluye necesariamente la dilución de las comunidades humanas naturales y tradicionales.[21]
Este grupúsculo está declaradamente enemistado con el Espíritu y el Logos(cuya adecuada intuición y concepción se encuentra en la base de la Civilización Occidental, aportándole proyección universal). En virtud de ello, odian la realidad objetiva y se encuentran abocados a la diabólica labor de distorsionar las Formas que aporta su estructura.[22] Dichas Formas, cuyo origen es Divino (como advirtiera el gran Platón), en el ser humano, constituyen sus identidades naturales: identidad sexual, identidad étnica, identidad nacional, identidad familiar, etc. Por eso, la tarea sistemática de esta oligarquía plutocrática consiste básicamente en: distorsionar, deformar, confundir y corromper para, finalmente, destruir.
La espeluznante atrocidad de semejante cometido exige de nosotros una respuesta magna, tanto en la visión como en la actitud que la misma supone. En tal sentido apuntó sin tapujos el General Juan Domingo Perón, en 1954, cuando desempeñaba su primera presidencia en mi país. En aquella ocasión, dialogando con los representantes de las organizaciones ítalo-argentinas, planteó la necesidad imperiosa de conformar un Imperio del Espíritu, llamando a reunir nuestras fuerzas espirituales en las organizaciones que hemos creado y engrandecido con fines de solidaridad para la exaltación y la reivindicación del legado civilizatorio occidental[23], al que veía como la única y, tal vez, la última esperanza, para que los hombres y los pueblos del mundo se vuelvan a encontrar unidos en el esplendor de una cultura auténtica; una cultura profundamente humanista, en una unión de pueblos justos, soberanos y libres.
Haciendo hincapié en el legado greco-latino, el recordado fundador de la Tercera Posición proclamaba: es menester reconstruir un nuevo Imperio Romano en el terreno espiritual. Prometiendo: Ello permitirá al hombre volver a encontrar su perdido reino; el que Dios le concedió en el Universo no bien salido de la profundidad misteriosa de Su Voluntad Creadora; y el del pequeño mundo construido dentro de cada uno de nosotros, con la creta del tiempo y el alma en la eternidad.

[1] Me refiero aquí al enemigo político o público, de acuerdo con la conceptualización del eminente filósofo, politólogo y jurista alemán Carl Schmitt. Un enemigo que, en el presente caso, es esencial y cuya enemistad hacia nosotros es de rango metafísico (seguramente, Schmitt hubiera coincidido con esta descripción, sobre todo, cuando su pensamiento alcanzó alturas teológicas).
[2] Breide Obeid, Rafael L., Política y Sentido de la Historia, Volumen 2: Política Metafísica, Letrada Editorial, México, 2022, pág. 57.
En línea con tales enseñanzas, Aníbal Fosbery, célebre sacerdote argentino, ha escrito: Sin conciencia de identidad nacional es imposible intentar desarrollar un auténtico proyecto político que consolide y desarrolle la Nación (Fosbery, Aníbal, Las vertientes de la Argentinidad, Aquinas, Argentina, 2010, page 305).
El Dr. Breide Obeid explica que el Ser Nacional y la identidad nacional se nutren del patrimonio común heredado de nuestros antepasados y del proyecto común a realizar en el transcurso del tiempo; proponiendo llamar Patria a la herencia comunitaria y Nación al proyecto comunitario. Desde luego, sin Patria no hay Nación (Breide Obeid, Rafael L., obra citada, págs. 90 y 91).
[3] El filósofo argentino Alberto Buela Lamas nos recuerda que fue el eminente helenista alemán Werner Jaeger quien, en su magistral Paideia (1933), rescató del olvido la idea de ecúmene. Según el Dr. Buela Lamas, las ecúmenes son espacios geográficos grandes, que constituyen la casa y, al mismo tiempo, el mundo de un pueblo o un grupo de pueblos estrechamente vinculados entre sí por valores compartidos, vivencias históricas y enemigos comunes; por ejemplo: la Hélade para los antiguos griegos (Buela Lamas, Alberto, Epítome de Metapolítica, Editorial del Pensamiento Nacional, Argentina, 2022, págs. 150 y 153).
[4] Cfr.: Nueva Historia del Descubrimiento de América del historiador argentino Enrique de Gandía.
[5] Breide Obeid, Rafael L., op. cit., page 56.
…en el árbol de la Cristiandad, de la copa siempre sale una nueva semilla donde se puede plantar un árbol de la misma estirpe. De la copa también salía la flor y la fruta que encerraba la semilla. De ese árbol de la Cristiandad (la Cristiandad europea medieval) salieron muchos frutos que son las Naciones Hispánicas (Breide Obeid, Rafael L., Política y Sentido de la Historia, Volumen 1: Teología de la Historia, Letrada Editorial, México, 2022, page 314).
[6] Lamentablemente, a partir del siglo XVIII, la Casa de Austria fue sustituida por la Casa de Borbón en el Gobierno del Imperio Español. Los Borbones, de origen francés e ideología ilustrada, desviaron el rumbo histórico de ese gigantesco y próspero Imperio, corrompiéndolo espiritual y materialmente.
[7] En mi libro El Leviatán y el Imperio Dormido (Editorial EAS, España, 2022), hago especial referencia al antagonismo existente entre las dos concepciones aquí referidas, así como a los sistemas de ideas y los proyectos políticos derivados de una u otra fuente.
[8] Durante los siglos XIX y XX, Argentina enfrentó militarmente al imperialismo británico en cuatro ocasiones (1806, 1807, 1845 y 1982), resultando victorioosa en los tres primeros conflictos bélicos.
El 21 de Junio de 1982, a pocos días del cese del fuego, Winston Churchill (nieto) declaró ante el Parlamento británico: a la Argentina hay que revolcarla en el fango de la humillación (https://www.eltribuno.com/nota/2018-10-26-0-0-0-la-construccion-argentina).
Mediante los Acuerdos de Madrid de 1989 y 1990, Argentina y el Reino Unido reanudaron sus relaciones oficiales. De acuerdo con Julio C. González (Los tratados de paz por la guerra de las Malvinas, 2004), esos dos acuerdos, junto con el Convenio de Londres de Promoción y Protección de Inversiones (1990), constituyen una suerte de “Tratado de Versalles” contra Argentina.
Al respecto, el Dr. Breide Obeid comenta: la guerra de las Malvinas no implicó sólo una derrota Argentina, sino de todo Hispanoamérica, pues el Poder Mundial decretó la disolución de todos los ejércitos hispanoamericanos o su reducción a meras guardias nacionales (el autor menciona como fuente un artículo publicado por el Executive Intelligence Review, en Washington, en 1993).
[9] Actualmente, 70% de los argentinos tiene orígenes italianos.
[10] Según estudios de 2006, casi 6 millones de argentinos (17 % de la población argentina) tienen, al menos, un antepasado directo, relativamente cercano, proveniente de Francia.
[11] Se estima que casi 8 % de los argentinos tiene ancestros alemanes, suizo-alemanes y ruso-alemanes: 1.000.000 de Alemania y Suiza; y 2.500.000 de Rusia (Wolgadeutsche).
[12] Hoy, se estima que entre 1.000.000 y 1.500.000 de argentinos tienen ancestros polacos.
[13] Alrededor de 500.000 argentinos tienen ascendencia irlandesa. Ellos constituyen la mayor población de descendientes de irlandeses fuera del mundo angloparlante.
[14] Se estima que cerca de 250.000 argentinos tienen ascendencia croata. Se trata de la misma cantidad que en Australia y Canada.
[15] En mi artículo Berni, la susceptibilidad progresista y la política inmigratoria, ensayo una reseña de los factores que permitieron y favorecieron la exitosa y feliz integración de aquellos inmigrantes en la Nación argentina.
[16] Por supuesto, no me opongo al diálogo ni al trabajo conjunto que eventualmente se pueda impulsar, en beneficio recíproco, con los sectores auténticamente patrióticos, nacionalistas y tradicionalistas de las naciones que se encuentran dentro del mencionado contexto geopolítico.
[17] Vide:
– Davoli, Pablo J., Carrol Quigley: anuncio y elogio de un Gobierno mundial, Argentina, 2014, www.pablodavoli.com.ar.
– Davoli, Pablo J., La emisión monetaria, el endeudamiento público y el control del sistema financiero como estrategia para el dominio mundial, Argentina, 2014, www.pablodavoli.com.ar.
[18] Vide: Davoli, Pablo J., La Hidra Mundial. El monstruo plutocrático, Argentina,2020, www.pablodavoli.com.ar.
[19] Vide: Davoli, Pablo J., La tesis del “Estado profundo” en Estados Unidos, Argentina, 2014, www.pablodavoli.com.ar.
[20] Breide Obeid, Rafael L., Teología política según Gueydan de Roussel, Gladius, Argentina, 2010, pág. 86.
[21] En mi libro Comunidad Nacional y Sociedad Multicultural. Una crítica integral del multiculturalismo (Editorial Ethos Guerrero, Argentina, 2017), expongo cómo la naturaleza humana implica una identidad/pertenencia familiar, étnica y nacional (uso esta última palabra en su sentido más profundo).
[22] Estas Formas son las Ideas Perfectas y Eternas postuladas por Platón.
[23] En la ocasión, se refería específicamente al legado greco-latino, que forma parte esencial de la matriz de la auténtica Civilización Occidental. Legado, éste, que la Nación argentina ha recibido, primero, por haber sido engendrada y por haber nacido en el seno del Imperio hispánico; y, segundo, por los millones de inmigrantes europeos que contribuyeron de modo decisivo a su conformación moderna (muy especialmente, los italianos y los españoles).